Mabel Franco Ortega
Las fantasías pueden, a veces, adquirir la feliz concreción de las piedras. Lo sabe y lo vive Alfonso Alem Rojo, ingeniero, activista, político… y hoy, como vecino asentado en Toro Toro, ecoagricultor y emprendedor hotelero.

Alfonso, a sus más de 60 años de edad y a punto de publicar un libro sobre el que es su hogar desde 2015, recuerda que a sus 10 o 12 años leyó un reportaje de Leonardo Graniza sobre un lugar, ubicado en los límites de Potosí con Cochabamba y Chuquisaca, donde había cavernas y huellas de dinosaurios, entre otras maravillas naturales que estimularon la imaginación del chico cochabambino. El periódico fue cuidadosamente guardado, al igual que la promesa de recorrer Toro Toro algún día. Los años pasaron y Alem, como dirigente universitario en Sucre, sufría la persecución dictatorial agravada por el apoyo de los estudiantes a la huelga minera de 1976. Al buscar un refugio, el joven pensó en ese lugar y hacia allá se dirigió junto a algunos de sus compañeros.
“Nos vinimos caminando desde el río Caine (límite de Cochabamba y Potosí), pues por entonces no había caminos ni puentes. Encontramos un pueblo fantasma que sufría las consecuencias negativas de la Reforma Agraria, cuando las balaceras casi diezmaron a la población. Aquí nos quedamos pateando piedras y recorriendo lugares espectaculares. Este paisaje de diversidad pétrea me llegó al alma y me dije: Aquí dejaré mis huesos algún día”.
Este paisaje de diversidad pétrea me llegó al alma y me dije: Aquí dejaré mis huesos algun día.
Cuarenta años pasaron, con varias visitas a Toro Toro en ese lapso, hasta que el deseo se topó con la posibilidad. “Mi mujer Annemarie y yo trabajábamos en Chile y, cuando se nos terminaron los contratos, nos preguntamos qué queríamos hacer. Yo propuse irnos a Toro Toro y ella me envió a ver”. Lo que de inicio quedó claro es que no iba a ser fácil asentarse allí por los altos precios de las tierras que la migración desde el Chapare había estimulado.
La ayuda de un viejo amigo, Mario Jaldín, el exdirigente fabril a quien Alfonso había conocido aquel año 76, fue clave y así los Alem pudieron adquirir un terreno en las afueras del pueblo. Allí se erige hoy su Rumikipu/Ecohotel Boutique.
Un prócer como aliado
Mario Jaldín es, describe Alem, alguien que conoce cada piedra torotoreña y lo que hay debajo de ella. Geólogo, espeleólogo y paleontólogo autodidacta, no es extraño que haya descubierto una caverna, hoy bautizada con su nombre, al que se accede solamente a través de una ruta de rápel vertical.
A Jaldín, de hecho, “se le debe todo lo que hoy tiene Toro Toro como destino turístico y sitio de importancia científica”, afirma Alem y enumera el rol de su amigo como promotor de la Asociación Conservacionista creada en 1987 y de la creación del Parque Nacional Toro Toro en 1989. A sus ideas y gestiones se debe también la existencia de instituciones como la Asociación de Guías que hoy tiene 150 afiliados, “todos pupilos de Mario”, y el Sindicato de Transporte que garantiza la comunicación fluida con Cochabamba. Por si fuese poco, Jaldín está vinculado con la creación del Instituto Técnico Superior Charcas que ofrece la carrera de Turismo, tan esencial para el pueblo y las 76 comunidades que forman parte del municipio potosino.
Jaldín conoce una enorme cantidad de cuentos y leyendas, además de interesantes historias, muchas de las cuales lo tienen como protagonista, “cualidad que lo convierte en un guía incomparable”, como dice Alem y, seguramente ratifican científicos y turistas que han tenido la suerte de contar con la compañía de este hombre.

El libro sobre un libro
Alem y Jaldín se han unido ahora para gestar un libro: Toro Toro – Las huellas del tiempo que, a partir del 11 de marzo de 2024, fecha de presentación de la obra en el Espacio Simón I Patiño de La Paz, estará a disponibilidad del público lector.
El libro de 104 páginas trae fotografías y textos breves que resumen datos de investigaciones sobre ese espacio patrimonial paleontológico, biológico, arqueológico, histórico y cultural. Incluye, asimismo, la descripción de sitios a ser visitados, muchos más de los cuatro o cinco que los guías mantienen en su repertorio.
Si bien “este sitio se vende solo”, tan deslumbrante es su paisaje, es preciso saber de las potencialidades que posee y las previsiones que se deben tomar para su sostenimiento y preservación, dice Alem, porque, pese a los avances, hay mucho por trabajar.
Toro Toro tiene, desde el punto de vista científico, una importancia mundial. Es el mayor yacimiento de huellas de dinosaurio del mundo y, además, se trata de un sinclinal de la Cordillera de los Andes que presenta “la columna estratigráfica más completa y más ordenada del mundo, en la que página por página, a la manera de un libro, puede leerse la historia geológica del planeta”.
Cavernas con estalactitas y estalagmitas, cañones, caídas de agua, piscinas naturales, sitios arqueológicos incluso preincaicos, chullpares, flora y fauna con especies endémicas… “lo que le pidas hay y en abundancia”. No faltan, como se sabe gracias al calendario que detalla el libro de Alem y Jaldín, fiestas variadas para casi cada mes del año.
Toro Toro posee “la columna estratigráfica más completa y más ordenada del mundo, en la que página por página, a la manera de un libro, puede leerse la historia geológica del planeta”.
El pueblo de Toro Toro es otro respecto del fantasma que conoció Alfonso en 1976. La carretera asfaltada desde Cochabamba ha facilitado el acceso. Además de lo dicho sobre transporte y guías, hay variedad de hoteles, un centro de salud que Alem califica de espectacular. Algunas de las comunidades aledañas, que en general se dedican a labores agrarias, ofrecen asimismo servicios de turismo comunitario.
En los últimos cinco años, el número de visitantes nacionales y extranjeros subió de 2.500 por año a 25.000 antes de la pandemia del Covid 19, con lo que se constituye en el destino de más rápido crecimiento en Bolivia, destaca Alem. Que la tendencia ascendente seguramente no va a cambiar, lo da por descontado el hotelero que tiene así motivos para alegrarse, pero también para preocuparse, pues el turismo puede “ser la tumba de cualquier lugar” que se confíe sin tomar previsiones.
Alem fue dirigente de la comunidad, como corresponde por rotación a todos los vecinos de Toro Toro. “No me fue bien”, resume la experiencia, pues sus intentos de planificar hacia el futuro, dados sus conocimientos en gestión de áreas protegidas en Bolivia y en el extranjero, fueron tomados por los vecinos como exigencias que no correspondía hacer a un recién llegado.
La relación de los totoreños con el turismo se ha ido forjando, dice Alfonso, por la práctica y, si bien ha habido progresos, por ejemplo en la consideración del turista como la contraparte a la que hay que cuidar, hace falta mucho trabajo para mejorar servicios o ampliarlos a medida que, como se ha dicho, se activen más y más lugares de visita. Unos lugares donde se pueda caminar, descender, ascender, todo en condiciones de seguridad y sin dejar huella que termine por dañar lo que Alem califica como un multiverso.
El botín de guerra
El Parque Nacional Toro Toro es administrado por el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). El parque ocupa el 14% del territorio municipal, de manera que lo previsible sería una gestión coordinada entre los entes local y nacional, algo que no ocurre, lamenta Alem, Ël resume así la situación de conflicto de ya larga data: el gobierno municipal adquirió importancia gracias a la Participación Popular; pero se produjo una sucesión de alcaldes que, como no representaban a la burguesía del pueblo, sino a las comunidades aledañas, fueron resistidos; la respuesta fue que las obras ediles privilegiaron el área rural con algunas obras de importancia, como sistemas de riego y caminos. El pueblo creció de todas maneras, con gran dinamismo, pero sin normas, por ejemplo de construcciones, y “el resultado es que el patrimonio arquitectónico fue depredado”. Construido en el siglo XIX “por vallealteños cochabambinos, Toro Toro tenía casas de adobe y teja, con varios patios y huertos interiores, maravilla que ha volado por los aires para dar paso a un bodrio arquitectónico”.
La administración del Parque “ha sido un botín de guerra”, añade Alem, y explica que la Alcaldía se hizo cargo en principio, “con gente sin idea del patrimonio a preservar, manejó el cobro de dinero por turismo sin haber rendido cuentas y en medio de denuncias de corrupción”. El Sernap se hizo cargo luego, aunque en contra de la norma nacional los recursos que deben usarse para fortalecer la gestión del lugar no se quedan en Toro Toro, sino que se envían a La Paz.
El libro de Alem y Jaldín no se dedica a estos problemas, sino que cumple uno de los objetivos de creación del Parque Toro Toro: la promoción del turismo. Las fotos y la información son un estímulo para atraer a los lectores hacia circuitos del eje sinclinal Río-Cañón Toro Toro o el del Flanco occidental y el oriental del sinclinal, o el de los Ríos/Cañones que desembocan en El Caine y, como opción de descanso, el ecohotel de los Alem con su vista panorámica del paisaje,su propio yacimiento de huellas de dinosaurio descubiertas durante la construcción, el huerto del que se cosecha lo que se come en el Rumi Kipu y los mil arbolitos que van creciendo de a poco.
No se sabe qué dirán del libro los comentaristas elegidos para la presentación en La Paz, pero cada uno ha sido elegido por la seriedad de su voz y la amistad que los une a Alfonso Alem: Eduardo Rodríguez Veltzé, Cergio Prudencio –ambos amigos desde la infancia– y Vicky Ayllón, quien fue vicepresidenta de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) la vez que Alem fue presidente. Toro Toro los une ahora.