¿Qué haríamos si se va la electricidad? ¿Y si nos falta el agua? ¿Y si nos cae el apocalipsis con todas sus variantes? ¿Será que hemos guardado cosas para salirle al paso a la oscuridad?

¿Quiénes son los más preparados para sobrevivir a un apocalipsis? Quizás los viejos. No sé si es una premisa, pero muchas veces lo sostenemos aquellos que sabemos que nuestros viejos fueron a la Guerra del Chaco, vieron la revolución del 52, sobrevivieron a la devaluación de los 80, vivieron en dictadura y masacres en la mina, fueron los que escucharon y celebraron el partido del 63 y del 94 cuando fuimos al mundial de fútbol.
De pronto, un cariño infinito nace al escuchar a Mercedes Sosa y a Carlos Gardel cuando ves El Eternauta, esa serie que nos conecta inmediatamente a la supervivencia a partir de lo antiguo, los autos, la bici y la radio. Hace unos días se cortó la luz en España, tremenda coincidencia y ¿qué los salva de la desinformación?: la radio.
Lo primero que me viene a la cabeza es el periodista argentino Lalo Mir, quien en una entrevista dijo que la radio es el medio de la resistencia por excelencia ante las redes sociales porque “yo solo, con un equipito y un micrófono escondido con una batería en una cueva, cambio la antena todo el tiempo, no hay IP, no hay redes, es aire: la radio es la resistencia del mundo negro del futuro”. Y yo loca, porque evidentemente mucha gente ya no escucha radio; bueno, quizás ahora sí, por si al mundo se le ocurriese caerse.
Velas, por si acaso
Un vendedor chino en España, de esos que tienen ferreterías, informaba en una entrevista de la televisión española que se quedó sin pilas ni radios un día después del apagón. Venta loca. Todos habían vuelto al equipo del abuelo. Por si acaso.
Por si acaso hay que comprar velas, dice mi madre, porque se le acabaron hace unos días. Ella siempre tiene velas y una linterna. Miro la casa, me acuerdo que hace un mes hubo una granizada horrible y pienso: ¿qué hacemos si pasa algo feo?
Sí, somos esos latinoamericanos que sí o sí hemos vivido tiempos de escasez de energía, de agua, de servicios de tiempo en tiempo; pero ¿de verdad estamos tan preparados como decimos?
Desde el año pasado, por la falta de gasolina les digo a todos que hay que tener una bici. Si faltara gas, tengo una cocina solar, y mi madre me mira y dice: o leña. Eso se acabará al tiro, pienso en silencio. Y claro, ya se hizo traer arroz desde Yungas y se siente abastecida. Porque en esta casa pensamos todo el tiempo en una crisis ambiental, apocalíptica y, en un país que va zapateando por su economía, pues inflacionaria. Nos toca doble.
¿Y si se corta la luz? ¿O nos compramos un generador eléctrico como la gente compró en Ecuador el año pasado? Sí, somos esos latinoamericanos que sí o sí hemos vivido tiempos de escasez de energía, de agua, de servicios de tiempo en tiempo; pero ¿de verdad estamos tan preparados como decimos?
Somos unos expertos para hacer cola o invadir los mercados al primer susto. Hay un montón de pueblos donde les cortan el agua, viven racionando, pero ¿qué pasaría en Bolivia si se corta la luz por 12 horas como en Barcelona o qué pasaría si nos cae la gran Eternauta? Lo viejo… ¿Funcionaría?
En busca de energía
Hace algunos días chateé con una amiga en España. Me mandó un video de su radio solar que funciona a manivela; hermoso. Me contó que esa era su fuente de información y le pregunté: pero si no había luz, ¿cómo hicieron las emisoras para emitir sus noticias? Y me explicó que muchas cuentan con generadores de energía.

Al tiro me pregunté si nuestras radioemisoras tienen generador. Porque todos en casa tenemos la radio canchera para ir a un partido de fútbol… Pilas, hay que comprar pilas. Pero ¿habrá generador de energía en las radios Fides, Erbol o Panamericana?
Tu mente piensa inevitablemente en los hospitales. ¿En cuántos hospitales habrá generadores? Sé que un colegio en la zona Sur tiene energía solar. Justo en la Feria Internacional de La Paz (Fipaz) me dieron un tríptico donde ofrecen paneles solares, ¿dónde lo habré puesto? Me acuerdo ahora de que el hospital de Curva, la tierra de los Kallawayas, tenía paneles solares hace muchísimos años. Y funcionaban muy bien. Un punto en Bolivia porque el resto funciona a plan de gas.
La Cámara Boliviana de Electricidad señala: “La energía eléctrica generada en el Sistema Interconectado Nacional (SIN) en 2019 fue de 9,531MWh (megavatio-hora), cuya generación fue 61,7% a partir de gas natural y 38,3% a partir de fuentes renovables (34% hidroeléctrica, 1,6% biomasa, 1,9% solar y 0,7% eólico)”. ¿Y si se acaba el gas? A este paso alguien optimista me dirá: ya siéntese señora, deje de alarmar. En fin, me calmo un poco porque dice que habrá una cumbre energética en Bolivia este mes de mayo. La Sociedad de Ingenieros de Bolivia (SIB) planteará un debate para analizar las posibilidades de transición hacia nuevas matrices energéticas, la exploración de nuevas fuentes y el impacto del cambio climático.

Me tranquilizo un poco, sí, pero sigo pensando que debo ir a comprar una linterna grande y pienso en el Tano, ese maravilloso personaje de El Eternauta, un tipo guardatutti, cachivachero que de tanto guardar lo viejo encuentra soluciones y respuestas mirando su brújula, poniendo a andar un auto mecánico, instalando una radio y buscando buscando a alguien al otro lado de Buenos Aires.
Un detonador de memoria
Al terminar la serie busqué críticas, entrevistas con Ricardo Darín y decenas de tik toks de la gente que no sólo habla de la serie como tal, sino de las muchísimas cosas que les genera haberla visto: la vida del escritor de la historieta original, Héctor Oesterheld, desaparecido en la dictadura de los 70, sus hijas desaparecidas también, y ante eso, el “Efecto Eternauta”: se sextuplicaron las consultas ante Abuelas de Plaza de Mayo de argentinos que dudan sobre su origen. También me llamó la atención que en la traducción al inglés de El Eternauta se mencione ‘Malvinas’ y no se use la denominación británica ‘Falkland Islands’, lo cual refleja una decisión consciente de mantener la perspectiva original, lo que es tremendamente político y maravilloso. Los creadores de contenido y periodistas hablan de la historieta, todos andan buscando en casa la historieta que guardó el padre o el abuelo, la presencia de una venezolana y un chino argentino como personajes entrañables da que pensar, archivos de entrevista de radio, las canciones utilizadas en la serie (todas viejas), la chacarera trunca, la misa criolla, la jerga trucada, la Estanciera, los carteles y las calles en la ciudad, la política y, por supuesto, esa frase que a la derecha le incomoda: nadie se salva solo.
Las clases de historia, el pasado, pueden salvarnos. Los viejos e incluso los muertos o un desaparecido como Oesterheld pueden hacerlo y lo están haciendo.
Cuando terminas de ver El Eternauta, casi de rodillas ante la voz de Mercedes Sosa repites: Lo viejo funciona. Y no sólo lo digo por lo que sucede en la serie, sino porque una historieta de los años 50 es ahora un hit en el mundo, funcionaron un viejo como Juan y sus amigos, funcionó Darín que ya tiene 68 años, a él y a los otros actores viejos les hicieron su serie ante tanto superhéroe joven en Hollywood, y los viejos de Argentina siguen contando sobre los desaparecidos y salen a las marchas contra Milei para hacerle recuerdo que ellos también funcionan. Sigue funcionando un casette de Soda Stereo cuando pasan los temblores, sigue funcionando el bombo para tocar una chacarera, las vitrolas están ahí para poner un tango o un clásico de rock, sigue el acento porteño y el truco, ese juego de cartas que juegan desde siempre en Argentina y ahora en Asia gracias a la serie.

Las clases de historia, el pasado, pueden salvarnos. Los viejos e incluso los muertos o un desaparecido como Oesterheld pueden hacerlo y lo están haciendo. Todo eso, todo eso que está conmoviendo al mundo es la cultura argentina a plan de mostrar su relación con lo antiguo, con su historia, con sus libros, con su ciencia ficción.
Es ahí que desde tu sana, eufórica y envidiosa distancia preguntas: y en Bolivia, ¿lo viejo funcionaría? Bastaría acudir a nuestros primeros cómics tipo Las Aventuras de Satuco, nuestros cuentos, El Chaski, nuestros acentos, nuestras canciones, nuestros idiomas en el pueblo, nuestros bombos y discos de vinilo, el libro de Historia de Bolivia editado por el Bicentenario, las fotos Gismondi y Cordero, los nombres de las calles en el centro de nuestras ciudades, los viejos apodos nutridos de idiomas nativos, el hip hop del Ukamau y ké, el disco Maya de Wara, los archivos de las radios, la hemeroteca, la biblioteca familiar, las macetas en reciclados tarros de leche de la abuela, las recetas chuquisaqueñas, la cueca paceña, los poemas de Camargo, los artículos de Mundy, los artículos de la revista Feminiflor, El Loco y el Illimani de Borda, Los Buitres de Cerruto, la guitarra de Alfredo Domínguez, el carrito sin motor, la tunkuña, el poncho, el colectivo 2 y un aparapita… Y sí, también funcionaría: mandaríamos señales al mundo y hacerlo seguramente nos salvaría de la oscuridad.