¿Qué se lleva una mujer cuando migra del campo a la ciudad? En el caso de Alicia, además de esposo e hijos, saberes para que la vida se abra paso por la tierra, aun si ésta se encuentra cercada por cemento.

Alicia Choquehuanca Ávila de Hilari, originaria del altiplano boliviano, llevó su amor por la tierra a la ciudad de El Alto, donde transformó su patio en un huerto urbano productivo. En un espacio reducido, combina la crianza de animales y el cultivo de hortalizas ecológicas,
superando adversidades como desastres naturales y las dificultades económicas de la migración. Con esfuerzo y creatividad, ha convertido su huerto en una fuente de sustento, terapia y enseñanza; su sueño es inspirar a otras mujeres a cultivar sus propios alimentos.
Alicia creció entre sembradíos y ganado en la comunidad de Escoma, a orillas de una de las maravillas naturales del mundo: el lago Titicaca, ubicado a 3.800 msnm. Desde niña ayudó a sus abuelos a sembrar y cosechar tubérculos y cereales andinos, además de cuidar animales. El trabajo del campo se mezclaba con los juegos propios de la niñez.
En el altiplano, donde el eco parecía responder a sus cantos y risas, Alicia aprendió el arte de la siembra y cosecha, un legado que años después transformó en una forma de vida En medio d el asfalto.
Cuando conoció a Ricardo, su esposo, recibió como herencia –siguiendo las costumbres rurales– un par de vacas, ovejas y algunos surcos para cultivar. La pareja trabajó incansablemente, pero con el paso de los años y la llegada de sus hijos, la escasez en el campo se hizo evidente. “En el surcofundio, la siembra apenas alcanza para comer”, recuerda Alicia con mezcla de tristeza y nostalgia.
A los 38 años, movida por la esperanza de un futuro mejor, migró con su familia a la ciudad de El Alto. Se instalaron en el distrito 7, Zona Billandrani B-C Álamos, sector San Roque. Madre de cuatro hijos: un varón y tres mujeres, dejó atrás los campos abiertos, pero nunca abandonó su conexión con la tierra.
Apenas un año después de llegar a El Alto se unió al proyecto de huertos urbanos del Centro de Formación y Capacitación para la Participación Ciudadana (Focapaci). En un espacio de 8 x 3 m2, en su patio, comenzó a cultivar hortalizas y verduras, incluso frutas. La asistencia técnica concluyó al cabo de un año y Alicia continuó y expandió su huerto hasta convertirlo en dos invernaderos de considerable tamaño.
Actualmente, vende productos ecológicos en el mercado comunitario Ecotambo, en la zona de Sopocachi de La Paz. “No cualquiera compra mis productos; el proceso que implica su producción eleva su costo”, comenta mientras sirve tortillas de verdura a sus visitantes.
Alicia es una mujer alegre, sociable y siempre dispuesta a compartir su experiencia. Las puertas de su huerto están abiertas para visitantes nacionales e internacionales y para investigadores. Algunos vecinos la observan con incredulidad, pero ella ha logrado algo extraordinario: criar alimentos ecológicos por más de diez años en un espacio en el que predomina el cemento.

Soñar en grande
En el huerto urbano, Alicia combina agricultura y crianza de animales. Las vacas y ovejas del altiplano han sido reemplazadas por conejos, gallinas, patos y chanchos, que no sólo proveen alimento, sino también abono para las plantas: la vida se cría en reciprocidad.
Para Alicia, su huerto es más que una fuente de alimentos: es su despensa, su banco y su terapia diaria. “Cada mañana, al despertar, voy directo al huerto, saludo a mis plantas y siento que me responden; yo soy feliz”, declara.
Aunque el trabajo es arduo y su edad comienza a pesar, no concibe la vida sin su wawa, como cariñosamente llama a su huerto. Para ella, es más que un espacio
productivo: es un símbolo de resistencia, creatividad y esperanza. “Aquí aprendí que este trabajo me lo dio Dios y yo amo mis semillas. Sólo me falta espacio para producir maravillas”, explica y acomoda una planta de tomate.
Alicia vivió adversidades climáticas. Hace años, un remolino arrasó con la cubierta de su invernadero. Sintió como si una parte de su vida hubiera sido arrancada, pero se sobrepuso y con ayuda de su familia reconstruyó el techo utilizando materiales reciclados.
Durante la pandemia, tiempo difícil para todos, su esfuerzo rindió frutos. Mientras muchos enfrentaban dificultades para conseguir alimentos, sus vecinos acudían a su puerta buscando verduras frescas: “Antes dudaban de mi proyecto, pero en tiempos de necesidad valoraron lo que tengo”.
A sus 52 años, Alicia sueña con formar una organización para enseñar a otras
mujeres a cultivar huertos. Y anhela exportar ortiga, una planta que considera milagrosa para tratar problemas de salud como la gastritis y los de la próstata. Tiene banco de semillas y hace el proceso de deshidratado de las hortalizas… En todo caso, con cada brote Alicia prueba que la vida puede florecer incluso en los terrenos más improbables, y que el amor por la tierra trasciende fronteras, ya sean de tierra o de asfalto.