En efecto, nadie puede negar que La Paz es una ciudad andina; y como tal subsistirá. Así nos lo asegura el espíritu rector que habita la montaña. Esta ciudad no se verá desvirtuada; no dejará de ser lo que es. No morirá. Cosa tal no ocurrirá, sino con la desaparición del último paceño sobre la tierra —y perdónesenos la vehemencia.
[JAIME SAENZ, IMÁGENES PACEÑAS]

Cochalas migrantes las dos, un día de esos me encontré con una paisana que radiante me lanzó como mixtura su cuestionario de amor típicamente cochala-imperativo. Dijo: ¡Ah… ¿vos también te has venido a La Paz?! ¡Linda es, ¿no?! ¡¿Te has casado?! ¡¿Con paceño?! ¡Ah,mejor! ¡Bueeeenas gentes son los paceños!
Felices las dos, nos despedimos suspirando a los pies del Illimani. Tres décadas después, seguimos mirando al Illimani enamoradas. Típica traición cochabambina de amores generosos.
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En 1987, cuando todo el mundo andaba abrigado, yo lucía solerita haciendo gala de mi cochabambinez. En verdad me congelaba porque no tenía chompa y odiaba el frío. Cada viernes porla noche tomaba urgente el último bus de la flota Bolívar rumbo a la Llajta y suspiraba con alivio. (Los cochalas primerizos, aquellos que todavía ejercen –como por supuesto yo, militantemente esos años- suelen decir que lo mejor que tiene La Pazes la última flota o el último vuelo de viernes rumbo aCochabamba). Cuántas veces en estas 40 décadas habré recorrido ese camino, que por esos años todavía era de tierra Caracollo Confital.
Universitaria primeriza, residente leeejos, aprendí a tomar trufi y minibús, subiendo y bajando la ciudad. “No hay paceño que no sepa tomar taxi”, bromeaba mi viejo, chucuta de pura cepa, cochabambinizado por matrimonio y porque sí. Porque los nómadas se mimetizan. (Aunque claro, cada 16 de julio él encabezaba la marcha de teas de los residentes paceños, en Cochabamba, en Santa Cruz y en cualquier ciudad donde estuviese viviendo). Por eso yo, siendo cochala, hace más de tres décadas que soy más paceña que el chuño, la marraqueta y el Teleférico.
Pero no es así nomás. La Paz es una mujer difícil a la que hay que aprender a amar. A veces es amor a primera vista, aunque siempre con cautela. Su belleza no es típica. Es más compleja. Es una combinación de geografía con carácter.Una geografía montañosa desafiante y un carácter doble que marca su particularidad: la sobriedad andina y la multiplicidad de procedencias de su gente. La Paz está hecha de todos los bolivianos. La Pazes de todos los bolivianos. Por eso esta es sobre todo una ciudad generosa a pesar del silencio de sus habitantes que hablan con los ojos como sólo ellos saben callar.
La tolerancia paceña es infinita. Aquí caben todas las protestas del país ¡pum!¡pum! ¡pum! como latidos cotidianos del chacha-warmi pueblo y democracia, que por supuesto es bienvenido con víveres y vituallas.
Será cuestión de experiencia propia, pero de veras no recuerdo haber escuchado eso de “camba de mierda” en La Paz –aunque sí un párrafo más abajo-. Lo que sí es verdad, pa-qué-decir-que-no-si-sí, es que entre las juventudes clasemedieras de mi Llajta era frecuente escuchar que los paceños “bien hechos a los put’s son”. Y verdad también. Y es que, efectivamente, el carácter paceño se ha moldeado bajo el ala de la plaza Murillo. El centro del poder político, el ombligo nacional que hasta hace no mucho miraba al país desde arriba. Hasta que sucedieron las contundentes protestas “medialuneras” y la llegada de Evo, claro. El país cambió. La Paz cambió. Es más, La Paz ha sufrido fuertes sacudones en ambos costados: su benevolencia y su ego.
Todavía el año 2003, junto a mi rubio camarógrafo, trabajábamos en El Alto tranquilos. Desde 2006 se hizo más difícil. No sólo por la enemistad política hacia los periodistas sino porque el color de piel y la corbata, paceña por excelencia, fueron motivo, esos años, para el insulto: “gringo de mierda”, le dijeron a mi paceñísimo camarógrafo gay, teñido de rubio. “Camba de mierda”, también oí en las furibundas manifestaciones de esos años. Sí, sí, sí, traicionando el verdadero carácter paceño-alteño. Fueron años de neurosis política que mi amor paceño me hace soslayar.
Chuquiago ha cambiado, cómo no, en los modos, no en el fondo. Del minibús al PumaKatari. De la trancadera al Teleférico -a la altura paceña-. Y aunque el recorrido de arriba abajo, de norte a sur, de la Ceja al sueño americano calacoteño se mantiene y, más aún, da media vuelta en línea verde-amarilla rumbo al poderoso cholet alteño, los paceños-alteños seguimos sobrevolando marchas y bloqueos con corazón gigante, seguimos subiendo al minibús “-buenos días-se cobra-gracias maestrito-“, seguimos bailando el Gran Poder, más grande, más lejos.
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Treinta años después y un par de matrimonios en el cuerpo, como batallas Bartolinas, ahí a los pies del Illimani, mi paisana y yo pensamos en la posibilidad de volver a la Llajta a cuidar a nuestros viejitos, que dejamos bajo el sol de septiembre radiante. Seguramente más temprano que tarde lo haremos, eso sí, a ritmo de Morenada y con el corazón como tea encendida.







