SEXY 6/9
La industria del porno tiene sobre todo sombras. Pero tiene también, como toda práctica humana, grandes relatos. Este es uno. Rocco Siffredi, el rey del porno, llora. ¿Por qué llora Rocco Siffredi?
Cojo una uva verde, madurita, tan fresca que grita; la muerdo y estalla en mi boca madrugadora. No son horas de ver porno pero yo tengo que escribir esta nota provocada por unas lágrimas nada eróticas del mismísimo Rocco Siffredi, el rey del porno mundial. Ese hombre que cada que recuerda a su madre vuelve al útero –materno, ojo- y ¿qué creen?, pues sale huyendo del llanto. Acaba de mojar a una abuelita.
Lo cuenta él -suelta unas lágrimas, corte- en el documental que lleva su nombre, presentado en el festival de Venecia en 2016, todo un hit disponible en Netflix: Rocco. Rocco Tano, su nombre, tan “tano” como él. Un nombre de perro recio, pura fibra, puro músculo presto al ataque ¿Por qué llora Rocco Siffredi?
Los hombres del porno –esas estrellas que más que estrellas son cometas de tallo largo, incluso monstruoso- son así. Tipos que follan por no llorar. Y cuando no ejercitan ese músculo, lloran por volver. Y que cuando vuelven -siempre vuelven-, amenazan con abandonar las pantallas otra vez. Puro alboroto mediático repetido, aburrido como porno del in and out. Cuestión de mercadeo en el mercado más grande del mundo. Temo aquí un coitus interruptus, así que anotaré a pie de página los millones que mueve esta industria que efectivamente pasó de ser un vicio a ser una mercancía global con luces y sobre todo sombras. Pero lo nuestro, aquí, es simplemente Rocco.
Rocco Tano nació el 4 de mayo de 1964 en un pueblo del centro de Italia, Ortona (¡qué nombre!). Su padre reparaba las calles, su madre, ama de casa. Un día, ella lo pilló masturbándose cuando era niño y sencillamente sonrió. Para él fue una bendición: tranquilo, va bene bambino, te volviste hombre, le dijo la mamma. Amén.
La madre de Rocco era una mujer creyente como son creyentes las señoras mayores en un pueblito italiano. Ellas, sus familias, sus hijos, sus vecinos. Y al parecer la señora amaba mucho en particular a uno de sus cinco hijos, que por desgracia murió. Desde entonces el dolor de esa mamá se tradujo en sangre hasta el día de su muerte. No dejaba de vomitar, cuenta Rocco con el alma mientras pasea por el cementerio de Ortona. Cree hasta ahora que el dolor que sufría su madre no podía sufrirlo ella sola, había que quitarle ese peso de alguna manera, había que compartir su dolor. “Era justo que lo sintiera yo” dice, y una cree que ese hombre está de rodillas ante un confesionario y entonces no resulta difícil imaginar a Rocco como un niño grande al que la mamma pilla en falta todo el tiempo. De hecho, el rey del porno carga en su billetera la foto de su mamá cual estampita, a quien le pide permiso antes de fornicar. Un beato cabal. “Es como si necesitara su autorización para hacer lo que hago día tras día. La llevo dentro de mí como si fuese mi conciencia, como si su ojos me dijeran te estás portando bien o mal”.
Un día, ella lo pilló masturbándose cuando era niño y sencillamente sonrió. Para él fue una bendición: tranquilo, va bene bambino, te volviste hombre, le dijo la mamma. Amén.
Pero Rocco va más allá. Cuenta que rezaba a Jesucristo así: “Por favor, déjame experimentar el mismo sufrimiento cuando muera”. Y cuando su madre murió le dijo: “Mamma, tú y yo estaremos juntos siempre. Tú te vas ahora, pero yo llegaré pronto”. Y entonces, Rocco Sifferdi embiste a su presa con la fuerza de bestia que cruza el umbral donde se funden el placer y el dolor. “Si no sufro no me siento vivo”. Una brutalidad que compensa antes y después del pecado cuando mima a sus presas con toda la paciencia del mundo, sei bella, sexy, sexy, mamma mia, quanto sei bella, y va probando los límites que ellas se empeñan en superar para, pasada la prueba, acurrucarse en brazos del rey. El rey ha sublimado el dolor. “Inconscientemente, buscaba la muerte”. Y hasta podrá decir que cada escena suya es un ritual brutal que revive el dolor hasta al borde mismo de la muerte para luego resucitar cual Adán en el paraíso. ¡Cooooorte!
“Tengo un demonio entre las piernas”, dice el rey.
Quizá por eso, el día que decidió hacer su última película antes de retirarse (luego volvió, obviamente) no se le ocurrió mejor escena que verse a sí mismo cargando una cruz rumbo a la orgía final. Sobre la cruz iría nada menos que su eterna compañera de ruedo, la veterana Kelly Stafford, una inglesa de ojos intensamente azules que, igual que él, se retiró y volvió más de una vez, porque eso de estar alimentando caballos en su bella y enorme estancia londinense nunca le fue suficiente. “Me gusta el sexo rudo, está dentro de mí, es lo que me sale, es la forma más pura que puede haber”, cuenta Kelly, absolutamente convencida, desafiante incluso, y a mí se me ocurre pensar en algo así como el ecohomoerectussexus, puro instinto primario, “muy animal”, como cree la misma Kelly Staford. No hay límite, dice, “esto no es para alguna gente, (y si no les gusta) pues no lo vean o no lo hagan”.
Por eso Kelly es de las militantes del libre albedrío sexual extremo y ramas afines, que deja de lado asuntos recurrentes como “¿humillación?, ¿sumisión?”. Al revés, dice, “soy yo la que disfruta, la que quiere hacerlo, (…) soy una mujer fuerte, yo decido y quiero así y así”. Y remata: “Esta no es una profesión, es un modo de vida”.
Kelly cree que Rocco y ella tienen algo en común y uno diría que es un don: la capacidad de “extraer algo de otro ser humano (y de) darle algo de nosotros”. Así, la escena final sucede y concluye con todo éxito y champán a borbotones.
Mientras tanto, en Hungría, la esposa de Rocco hace más de 20 años, una bella húngara que acepta la vida del italiano como un laburo cualquiera, se estira plácidamente frente al espejo donde practica yoga como toda una maestra. Tienen dos hijos veinteañeros, uno de ellos, dice la prensa, finalmente siguió los pasos de su padre aunque ese fue durante años el mayor temor de Rocco, que en el filme habla de sus hijos y golpea con toda la fuerza del mundo la negra bolsa de boxeo con la que entrena, se detiene y llora. “Mi pene siempre ha significado mi caída. Si continúo voy a caer. Pero no significa que yo sea una mierda. Sería una mierda si no hubiera intentado cambiar”.
Rocco de frente en blanco y negro. Una lágrima enorme chorrea de su ojo izquierdo. No es salada. Es su propia blanca y viscosa medicina. Me levanto y esta vez cojo una enorme y hermosa uva negra. Fin.
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