Hace 20 años, un crimen sacudió a la sociedad en Sucre. El asesino fue capturado, condenado y apresado. Pero en 2007 sucedió otro hecho: durante los conflictos por la capitalía, 160 presos fugaron de la cárcel de San Roque. Este texto descubre si el asesino estuvo entre ellos.
El olor a quemado se expandía por la angosta calle Camargo. Desde la esquina vimos que un grupo de personas interrumpía el tráfico en mitad de la calzada, apilado junto a la ambulancia del hospital Santa Bárbara, junto al ulular silencioso de las luces rojo-azul de la patrulla. La curiosidad periodística apuró nuestros pasos hasta la vivienda número 534, ingresamos atravesando el denso humo que se estancaba en el estrecho zaguán mientras la fetidez amenazaba con detenernos. Subimos las gradas con timidez en medio del asfixiante olor a carne chamuscada.
La luz del sol apenas iluminaba la habitación, lo que impedía divisar el cuerpo ya inerte. Los periodistas y policías circulaban por el lugar como si se tratara de una romería en tanto se tapaban la boca con lo que podían. En medio de la neblina finalmente vi a Dora tendida en una cama vieja; parecía desvanecerse junto a las bocanadas de humo que expulsaba, supuse que los bomberos interrumpieron las brasas dispuestas a acabar con la piel tersa de esa mujer cuyas extremidades amarraron al espaldar del catre de donde goteaban, como estalactitas, restos del colchón de lana.
El informe preliminar del médico forense decía que la quemaron estando viva. Se estima que primero taparon su boca con un trapo, amarraron sus piernas y abrazos para violarla, luego le echaron alcohol y prendieron fuego. “No es posible que primero haya muerto y luego la hayan quemado porque solo cuando el cuerpo está vivo se producen ampollas debido a la presencia del fuego, lo que existe y está comprobado en este caso”, explicó el galeno, al puntualizar que la causa de la muerte fue por quemaduras que provocaron un paro cardíaco respiratorio – trauma físico. “Ella ha debido sufrir mucho al ser quemada estando viva”, lamentó.
El hecho sucedió en Sucre durante las primeras horas del 15 de noviembre del año 2000 en ambientes del Instituto de Computación ICP Siglo XXI. El asesinato de Dora Vacaflor, de 22 años, reabrió el debate sobre la violencia hacia las mujeres, la inseguridad ciudadana, la impunidad y la retardación de justicia. Los padres de familia, las juntas vecinales y las organizaciones de mujeres protagonizaron ruidosas manifestaciones de protesta y acompañaron el ataúd hacia su última morada en medio de rumores sobre la víctima, las causas y los sospechosos del crimen.
El periodista Fernando Suárez, en esa ocasión, presentó un reportaje sobre asesinatos no esclarecidos, entre ellos, de varias mujeres a manos de sus parejas o exparejas; tal el caso de una estudiante de medicina que murió en 1995, sus restos desmembrados fueron encontrados por las laderas de la zona de Rumi–Rumi (Sucre).
Resalta también el asesinato (hoy tendría que ser definido como feminicidio), en 1996, de Adela Cárdenas Vásquez por su exesposo y padre de sus ochos hijos, Vidal Cruz, a quien sentenciaron con 30 años de prisión sin derecho a indulto. Empero, años después sus abogados pidieron la reducción de la pena por buen comportamiento y por haber cumplido las tres terceras partes de la condena, es así que en 2019 éste recuperó su libertad.
En 2013, en Bolivia se promulgó la ley Nº 348 que reconoce el feminicidio como un delito, definido como una acción de extrema violencia “que viola el derecho fundamental a la vida y causa la muerte de la mujer por el hecho de serlo”.
Con todo, son cada vez más las mujeres asesinadas a manos de quienes un día juraron amarlas. El observatorio de la Coordinadora de la Mujer informó, a finales de 2020, que hasta el 20 de diciembre de ese año se registraron 113 feminicidios (tres menos que en 2019), de los que únicamente 12 autores tienen sentencia. Hasta el 30 de abril de este año, 2021, según la Fiscalía General del Estado, se confirmó el deceso de 35 mujeres a manos de sus parejas o exparejas: La Paz 9 casos, Cochabamba 7, Santa Cruz 7, Oruro 4, Potosí 3, Beni 2, Chuquisaca 2, Pando 1. Tarija no registra casos.
La criada
Como tantas niñas indígenas en Chuquisaca, Dora llegó a Sucre a sus 12 años (1990) desde la provincia Azurduy. Sus padres, como se acostumbra hasta hoy, la dejaron con una familia “conocida” para que colabore en las labores domésticas de la casa.
Esta práctica, heredada de la colonia, convierte a las niñas en “criadas” de la “señora” a quien también se la llama “patrona”. Esta patrona ve a las niñas –por decirlo de algún modo- sin habilidades ni conocimientos, lo que justifica su afán apostólico de educarlas por las “buenas costumbres”. Con esa convicción, les enseña a cocinar, lavar, limpiar y desarrollar las tareas domésticas, además de darles comida y un colchón para dormir. Su permanencia en la ciudad, el acceso a la alimentación y educación están condicionados a la sumisión que demuestren, dejando en ellas la advertencia de que únicamente el cumplimiento de las órdenes les abrirá las puertas al mundo.
Se conoce muy poco sobre la vida de Dora en esa casa. No se sabe cómo la trataban, cómo fue su tránsito de niña a adolescente, a qué colegio asistió, quiénes eran sus amigas, qué le gustaba, a qué le temía y a quiénes amaba. De lo que sí se tiene certeza es que nunca perdió el contacto con sus parientes de Azurduy.
Sus padres, como se acostumbra hasta hoy, la dejaron con una familia “conocida” para que colabore en las labores domésticas de la casa”
De acuerdo con el informe del diario Correo del Sur del 16 de noviembre de 2000, Dora reveló a su prima que mantuvo una relación oculta con el hijo de su patrona para quien quedó embarazada cuando aún era menor edad (19 años), no obstante, dejó claro que la recién nacida no fue fruto del amor entre ambos. La misma nota de prensa revela que la abuela paterna reconoció que la niña era su nieta. “Él no se negó, pero me dijo que solo pasó una vez”.
Desde que se supo que Dora estaba embarazada para el hijo de la patrona, la convivencia en esa casa se hizo insoportable, lo que la obligó a buscar otro lugar donde vivir. “Me dijo que sus cuñadas le tenían bronca y por eso se salió de esa casa”, relató su prima.
Al poco tiempo, Dora se inscribió en el Instituto de Computación y Prótesis Dental Siglo XXI (ICP), bajo un contrato especial de trabajo que definía el pago de las mensualidades a condición de cumplir las labores de portera y regente.
Con el objetivo de concluir sus estudios de Mecánica Dental, Dora había otorgado la custodia de su hija de dos años a su expatrona, la madre del hombre que la dejó embarazada y que hasta ese tiempo no había reconocido a la niña. Él era egresado de la facultad de Medicina y realizaba su año de provincia en Camiri.
Grover Cárdenas
Entre tanto apareció un nuevo personaje en escena. Conforme a las investigaciones policiales realizadas en esos días en que sucedió el crímen de Dora, se supo que su exenamorado, expromotor del instituto ICP, Grover Cárdenas, rondó por el lugar entre las 10 y las 12 de la noche del 14 de noviembre de 2000 (horas antes del asesinato). En ese lapso, Grover habría visto ingresar al inmueble del instituto a un muchacho quien supuestamente era la nueva pareja de Dora; al promediar la media noche, éste habría salido del lugar.
Durante las primeras horas del 15 de noviembre, Grover se acercó a un taxi estacionado en una de las esquinas de la calle Junín (expeanotal) para pedir al chófer que lo llevara al mercado negro (cuatro cuadras arriba). En el lugar, salió de la movilidad para llamar por teléfono desde una cabina pública. Luego de insistir varias veces sin éxito, retornó al taxi para dirigirse a un nuevo lugar desde donde volvió a llamar y esta vez conversó por algunos minutos. A su retorno, ordenó al chófer que lo llevara a la calle Camargo casi esquina Aniceto Arce, el taxista así lo hizo y estacionó frente al instituto ICP. Cárdenas le comentó que su padre lo esperaba en esa dirección y, al rato, ingresó al instituto desde donde sacó cuatro computadoras guardándolas en la maletera el taxi. Acto seguido, pidió al taxista que lo llevara por inmediaciones del aeropuerto Juana Azurduy donde se encontró con dos personas a quienes entregó las computadoras. Una de esas personas fue Ulises Bustillos Dorado, que días después develó a la policía que le dio a Grover 200 dólares como primer pago por la venta de los equipos de computación, comprometiéndose a cancelar el resto en cuatro cuotas de 200 U$ cada una.
Bustillos confesó además que Grover lo llamaría para quedar dónde y cómo enviar el monto adeudado. Es así que el viernes 24 de noviembre, a nueve días del delito, Grover Cárdenas se comunicó por teléfono con Ulises Bustillos para pedirle que enviara el dinero a La Paz.
-Mandaré en un sobre a tu nombre –le dijo Cárdenas-, mañana podrás recoger de la flota 10 de Noviembre.
Cárdenas colgó el auricular en presencia de los policías con quienes se encontraba y que a los minutos comenzaron a planificar la detención. El encargado del caso, mayor Julio Taboada, sacó de su escritorio 200 dólares falsos y ordenó franquear ese dinero a nombre de Grover Cárdenas. Al promediar las 11 de la mañana del mismo día, el jeep Toyota de la Policía Técnica Judicial (PTJ) calentó el motor para emprender viaje rumbo a La Paz.
Llegaron a La Paz alrededor de las dos de la mañana del sábado 25 de noviembre y, desde las 6:00, los tres oficiales se apostaron en distintos puntos de la terminal donde, a eso de las 9:00, la flota 10 de Noviembre ingresó despacio haciendo rechinar sus frenos. Los policías observaron con cautela cómo los ayudantes descargaban el equipaje y la correspondencia.
A las 10:30, Grover se acercó a la caseta de la flota en cuestión y reclamó el sobre a su nombre. Una vez en sus manos, dio vuelta su cuerpo y se encontró con dos rostros que le impidieron el paso.
-¿Usted es Grover Cárdenas? -preguntó el agente de inteligencia- ante el pálido rostro que buscaba respuestas que le ayudaran a huir.
-Yo no sé nada –contestó-, este dinero es por la venta de un televisor.
Sin más, sus brazos se rindieron y los policías lo enmanillaron, conduciéndolo a la patrulla. El oficial de la PTJ llamó a su comandante para informar que la misión fue exitosa y que enseguida lo trasladarían a Sucre. Cerca de las diez de la noche, Grover Cárdenas ingresó al Comando Departamental de la Policía de Chuquisaca y poco después confiesó ser el autor material e intelectual del asesinato de Dora Vacaflor.
A las cuatro de la tarde del domingo 26 de noviembre, los encargados de la investigación dieron detalles del hecho y de cómo lograron dar con Cárdenas. En tanto los periodistas consultaban otros pormenores, Grover ingresó al salón de honor de la Policía con la cabeza gacha, las manos en la espalda, en un intento infructuoso de ocultar la mirada.
Una sola pregunta resonó el ambiente.
-¿Por qué la mataste? –preguntaron apuntando las grabadoras y las cámaras al rostro de Grover, en el afán de descubrir algún secreto que todavía no había sido contado.
Movió lentamente la cabeza en señal de no querer hablar, pero ante la insistencia del periodista Yuber Donoso, con los ojos clavados en el piso, atinó a reconocer haber quitado la vida a Dora.
-Me arrepiento, sé que soy culpable y merezco mi sanción, -balbuceó, al sentenciar que no hablaría nada más.
El archivo periodístico
Como muchos quienes vimos el rostro carbonizado de esa muchacha, no olvido hasta hoy esos ojos en los que el grito y la tristeza quedaron petrificados. Esos ojos me impulsaron en 2019 a buscar los detalles orales que ayudaran a conocer, 19 años después, a Dora Vacaflor. Entonces pensé que habiendo transcurrido tantos años, quizá Grover Cárdenas podría tener la disposición de hablar sobre ella. Con ese afán, solicité a la directora de Régimen Penitenciario de la Cárcel de San Roque en 2019, María Angélica López, autorización para entrevistarlo. Al tener en sus manos la petición calló por un instante y miró a su ayudante en señal de auxilio. Sin poder ocultar su nerviosismo, señaló que el 25 noviembre de 2007, cuando los policías abandonaron la cárcel de San Roque, en medio de la crisis política que vivió la ciudad, Crover Cárdenas escapó junto a otros reos.
-Ocurrió durante los conflictos de la Capitalía, -resaltó, con un claro tono de quien busca culpables- a partir de ese día no se sabe nada de él.
Tiempo después, indagué en la División de Inteligencia de la Policía Nacional si estaba entre los más buscados del país; pues no, no está porque -según explicó un funcionario de esa institución- antes de huir, los presos destruyeron los archivos del penal, por lo que se desconocen los nombres. Requerí de manera formal al encargado de kardex de la penitenciaría el informe sobre la situación de Cárdenas, pero no me entregaron porque el Comando Nacional de la Policía prohibió compartir información de la institución, además de comunicarme que, si la parte interesada (familia) no reclama por la suerte de Cárdenas, el Tribunal de Justicia ni la policía actúan de oficio.
En enero del año pasado (2020) volví al Tribunal Departamental de Justicia para conocer el expediente del caso, pero al no ser familiar ni de la víctima ni de su asesino, no accedí al documento. Entonces, me propuse conocer la referencia más cercana que se tiene de Dora: su tumba. Los panteoneros me ayudaron a llegar hasta el osario que protege sus restos acompañados por una flor amarilla de plástico.
Hasta ese día no tenía nada para redactar esta historia, solo rumores de difícil comprobación, por lo que decidí apelar al archivo del periódico Correo de Sur guarecido en la hemeroteca del Instituto de Sociología Boliviana (ISBO) con la esperanza de reencontrarme, 20 años después, con la cobertura periodística que más impactó ese año la sensibilidad capitalina.
La fuga de Grover
Según el reporte de la Agencia de Noticias Fides (ANF), el domingo 25 de noviembre de 2007 huyeron 160 presos de la Cárcel de San Roque; quedaron 30 en sus celdas sin alimento ni seguridad, en su mayoría mujeres con sus hijos que, años después, dieron testimonio de ese momento.
“Los policías abrieron las puertas de la cárcel y se fueron, nos dijeron que estaban viniendo campesinos a quemar la cárcel. Lo primero que hicimos fue cuidar a los niños. A los familiares que ese día vinieron de visita los hicimos salir por la parte de atrás. Al ratito, varios presos cruzaron una puerta (indica con la mano y el cuello extendido) que conectaba la cárcel de varones con la de mujeres y raudamente escaparon por atrás. A muchos nunca más los volví a ver, a otros sí, a quienes atraparon o retornaron voluntariamente”, contó Rocío Cuentas (nombre ficticio).
De acuerdo al informe del Comando General de la Policía, de diciembre de 2007, 50 internos fueron recapturados o retornaron voluntariamente, 117 aun están prófugos -en su mayoría- con sentencia por los delitos de violación, narcotráfico y asesinato, entre ellos Grover Cárdenas Gordillo, que desapareció al mediodía, exactamente siete años después de su detención en la terminal de buses de la ciudad de La Paz.
117 reos aun están prófugos (…), entre ellos Grover Cárdenas Gordillo, que desapareció al mediodía, exactamente siete años después de su detención en la terminal de buses de la ciudad de La Paz.
La hija sin nombre
La hija de Dora tenía dos años cuando asesinaron a su madre; no había pasado mucho tiempo desde que ella la entregó a su abuela con la esperanza de que su padre la reconociera y se hiciera cargo de su crianza.
-La entregué a su papá para que él también la críe. ¡Qué aprenda!- le dijo a su prima meses antes de ser asesinada.
En declaraciones a los periodistas, en noviembre de 2000, los familiares de Dora manifestaron su intención de hacerse cargo de la niña, aunque eso dependía de si su padre la reconocía o no. Desde aquel tiempo, no existe evidencia de que aquello haya sucedido. Lo único evidente es que este año, la hija de Dora tendría que cumplir 23 años. Igual que tantas huérfanas y huérfanos, esta niña está extraviada y olvidada por los titulares de prensa y por quienes un día exigieron justicia para sus madres.