Aldo González Barbery es probablemente el hombre más fuerte de la historia de Bolivia, según cómo se mida y registre. No es de hablar en cocteles celebratorios de torneos deportivos, ni en mítines políticos. Ni era de prodigarse demasiado en la televisión.
Fotografías de Fernando Sejas Solano
Hasta hace poco tiempo, Aldo eludía desparramar quejas en medios de comunicación. Ni siquiera le gusta demasiado que lo fotografíen para medios de prensa. Él es más de ponerse los guantes y raspar el cemento con el pie trasero; de balancear sus 125 kilos de masa muscular en los 2,14 metros de diámetro que tiene una circunferencia de lanzamiento de bala en atletismo, en el reducido espacio que le han cedido en el estadio municipal de Montero.
Lo hace una y otra vez, empujando compulsivamente la esfera de más de siete kilos que suele tener contenida entre la palma de su compacta mano –siempre espolvoreada con tiza– y el cuello, apretando su yugular que, con la tensión muscular y la sangre fluyendo a torrentes, más parece la barra de un autobús que una vena. Cuando se concentra para la rutina de lanzamientos, su vasto cuello, prolongado en unos robustos trapecios, parece a punto de explotar, hasta que suelta dos cosas al mismo tiempo: un latigazo enderezando el codo y un alarido ronco, espasmódico, que se dispersa como la tierra con el impacto al caer. Y vuelta a empezar con la tiza y el latigazo, más lejos, con más rabia.
Lo suyo es un ejercicio de contención y expulsión constante, medido milimétricamente para lograr esos 40 grados de inclinación que le permitirán la mayor propulsión posible.
La vida de un lanzador de bala se podría describir en una ecuación diferencial que relacione fuerza y explosión muscular, en función del riesgo, llevada al límite antes de alcanzar la temida rotura. Ese es el filo en el que se manejan los atletas. Si entrenan demasiado, se rompen; si entrenan menos de lo requerido, no maximizan su capacidad de carga. Aldo es consciente de ello, pero no quiere repetir errores cometidos en la temeraria adolescencia, tiempos en los que castigaba su cuerpo sin piedad, pasando horas y horas levantando pesas y con escasas horas de sueño, pues su jornada deportiva desde hace años comienza con los chillidos del gallo y termina cuando vuelve al trabajo, pasada la media noche.
Aldo ahora es un veterano de las lides deportivas, y lo saben perfectamente su castigada espalda, su muñeca y su pie izquierdo. Trata de dormir más cuando sus obligaciones familiares y laborales se lo permiten, plenamente consciente de que el sueño es parte del entrenamiento invisible.
Pero llegada la hora de disputar la medalla, los cálculos, dolores y límites del cuerpo pasan a ser secundarios. Con tan sólo seis intentos en la competición, las impulsiones se administran como si fueran balas en el tambor de una pistola lista para matar. Seis tentativas que pueden prolongarse varias horas, y en las que Aldo convive con los rivales, amigos y enemigos, todos sentados en fila en una banqueta de 50 centímetros, esperando nerviosamente su turno para demostrar que son los más fuertes.
Estos careos en torneos oficiales, frecuentemente suceden a un costado de la pista atlética, arrinconados, casi siempre como un acto secundario a la sombra de pugnas más vistosas como los 100 metros planos o las agónicas maratones en las que el público suele empatizar con un languideciente y enclenque corredor que lleva dos horas respirando a 200 pulsaciones por minuto. Ponerse en la gruesa piel de cuerpos que oscilan entre los 120 y 160 kilos, y que durante la competición sonríen poco o nada, resulta un ejercicio más cercano a la abstracción.
El lanzamiento de bala es al atletismo lo que Ringo Star es a los Beatles. Puede tener toda la calidad del mundo pero jamás tendrá la misma relevancia social. Quizás por esta insidia histórica, en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, el comité organizador concedió a los lanzadores de bala una de las postales más bonitas que se recuerden en unos juegos, organizando la competición –únicamente ésta– en la mítica ciudad de Olimpia, nada menos que donde se celebró la primera olimpiada de la edad antigua hace 2.500 años. Fue un intento de resarcimiento que durante dos horas colocó a los vigorosos competidores en prime time televisivo a nivel mundial.
El lanzamiento de bala es al atletismo lo que Ringo Star es a los Beatles. Puede tener toda la calidad del mundo pero jamás tendrá la misma relevancia social.
Y aunque esta disciplina en Bolivia esté todavía lejos de ser reconocida y apreciada, en tierras escandinavas y eslavas, los rifirrafes entre lanzadores son cuestión de Estado, siguiendo las tradiciones vikingas. En el mundo anglosajón, por su parte, el lenguaje ha permitido resaltar la existencia de todo aquello que va más allá de las carreras. El atletismo, en inglés, se conoce como track and field –carreras en la pista, saltos y lanzamientos en campo–, puesto que el término athletics hace referencia a todos los deportes.
Justamente son los anglosajones, nórdicos y exsoviéticos, los grandes dominadores de una prueba que, en cuanto a resultados mundiales, lleva 35 años estancada. Si el atletismo ha dado un salto cualitativo en los últimos años en lo referente a superación de récords, gracias a los nuevos materiales de los implementos de entrenamiento y competición, del avance de la ciencia y de la transmisión de conocimiento, ello no se ha visto reflejado en las listas históricas de máximo nivel en los lanzamientos de disco, jabalina, martillo y peso.
Resulta curioso ver que el top-5 de todos los tiempos en lanzamiento de bala, tanto de hombres como de mujeres, hace referencia a lanzadores de los años 80. Época conocida como la de la “barra libre” en el consumo de esteroides anabolizantes -actualmente prohibidos, cuando el dopaje era un asunto de Estado y parte de la Guerra Fría. Años en los que los controles antidopaje, cuando los había, eran de orina –no de sangre como ahora–, y en ocasiones burlados con otras orinas escondidas en vejigas externas, o directamente escondidos por cancillerías afanosas por manipular la combustión muscular y el funcionamiento de hormonas.
En Bolivia, el caso de los lanzamientos, en cuanto a marcas, ha sido el contrario. Históricamente nunca habíamos tenido buenos resultados en pruebas dominadas por atletas de entre 1,80 y dos metros de estatura. Sorprendentemente, Aldo, con sus 1,65 metros, ha sido una aplanadora de los récords nacionales. Y lo ha hecho desde el silencio y su sempiterna gélida mirada, con oficio y trabajo, pues es un obrero del atletismo que ha moldeado su ya depurada técnica a base de prueba y error.
Desde que el cubano Humberto Betancourt, su entrenador, lo descubriera en Montero en un clasificatorio para juegos estudiantiles en 2000, no ha dejado de coronarse campeón nacional absoluto, temporada tras temporada hasta sumar 19 años consecutivos. Toda una dictadura deportiva.
Desde comienzos de siglo, Aldo y su fiel amigo y compañero de entrenamiento Donald Olmos, lanzador de disco, son un activo fijo en todas las citas atléticas nacionales e internacionales. Ambos han pululado por los circuitos sudamericanos, primero con la carga negativa de ser farol de cola en los campeonatos, y posteriormente como aspirantes reales a los sitios de privilegio. Los dos recuerdan las peripecias por las que han pasado en esos viajes, que no son precisamente competiciones para vedettes en descapotables o tráileres de rockstars. Largas horas en destartalados autobuses, heladas camas de hotel y oscuros gimnasios son parte de las habituales giras.
La Confederación Sudamericana de Atletismo, al igual que sus homólogas en Europa, EEUU y Asia, organizan circuitos regionales –grand prix– preparatorios para las grandes competiciones anuales por países que se dan una sola vez por temporada, alternando campeonatos sudamericanos e iberoamericanos en el contexto regional y mundiales al aire libre, bienalmente; y las citas más importantes de todas, las del ciclo olímpico, en un cuatrienio: Juegos Bolivarianos, Odesur, Panamericanos y Olímpicos.
Aldo suele ser un invitado frecuente en los grand prix, pues a los organizadores les interesa tener diversidad de pruebas y de geografías, siempre que los individuos sean competitivos. Estos habituales viajes a ciudades como Buenos Aires, Santiago o Montevideo son competiciones privadas con premios en metálico, donde se buscan marcas clasificatorias a campeonatos de naciones. Para el organizador del evento, contar con un boliviano que dispute medalla y en un lanzamiento es el caramelo de todo dirigente, dados los incentivos de la federación mundial de atletismo IAAF. Lo complicado es que, para participar en ellas, el factor determinante es cuánto se mueve cada deportista con sus patrocinadores, con su currículum deportivo, con las federaciones de otros países y, principalmente, con su estado físico.
González es uno de esos cruceños obstinados que no espera ayudas estatales que no llegan sino que se pone a trabajar en lo que haga falta para poder pagarse su otra profesión: lanzar una bola de acero macizo de 7,23 kilos lo más lejos posible. 19,11 metros para ser exactos. Un 41% más que el anterior récord nacional de lanzamiento de bala, que apenas superaba los 13 metros, marca inútil para quedar siquiera penúltimo en un campeonato sudamericano absoluto.
Para meterse en la élite, uno de los mayores retos deportivos que Aldo tuvo que enfrentar fue el de optimizar su técnica de lanzamiento pasados los 21 años, como si de aprender a caminar se tratara.
En sus comienzos utilizaba la técnica lineal que aprendió de escolar, en la que su cuerpo tomaba impulso de espaldas, en los escasos dos metros de diámetro del círculo de lanzamiento, para finalizar el tiro en el extremo inferior con un giro inmediato. Esta forma de lanzamiento, dada su reducida estatura, lo limitaba para competir con los campeones pues con los 15 metros que ostentaba en 2006, difícilmente aspiraba a estar entre la élite regional. Tras observarlos, decidió cambiar su técnica por una rotacional que le permitiera utilizar toda la circunferencia interior para transferir su fuerza de forma más eficiente. La progresión fue asombrosa, y en tan sólo un año mejoró casi dos metros.
Las marcas por encima de los 18 metros que lleva haciendo constantemente en el último quinquenio le han permitido estar entre los 20 mejores lanzadores de todos los tiempos en Sudamérica, aún cuando ha tenido que echar mano de oficios diversos para sostenerse, friendo hamburguesas, enseñando en colegios, como instructor de gimnasio o como funcionario municipal en su ciudad natal, Montero, y últimamente en una fábrica de hielo, donde embolsa y reparte pesados bloques de agua congelada.
Congelada también estaba su paciencia desde que fuera, hace cuatro años, uno de los tres únicos medallistas bolivianos en los Juegos Odesur de Santiago en 2014. Tras aquel éxito, las fotos y las palabras vacuas de políticos y dirigentes, desde el Ministerio de Deportes, le prometieron una beca o salario que jamás llegó.
Para estar entre los 20 lanzadores de todos los tiempos, Aldo ha tenido que echar mano de oficios diversos. Últimamente embolsa y reparte pesados bloques de agua congelada.
Pero todo tiene un límite, dice él mismo, y luego de pasar años regalando medallas internacionales en juegos deportivos regionales de primer nivel, dijo basta. Es el vigente campeón bolivariano y ha alcanzado el podio en experimentos de combustión política como los Juegos del Alba de La Habana en 2009 y Barquisimeto (Venezuela) en 2013.
A punto de cumplir 34 años, Aldo González ya no es un niño, y lo sabe. El atletismo para él no es un juego sino una profesión a tiempo completo. Como todo empleado precario, él sabe que debe complementar su labor diaria con otros trabajos si quiere sostener su hogar. Y aún cuando sus padres, montereños ambos, él agricultor, ella maestra de secundaria, le den una mano, Aldo sabe que para estar en la élite continental y para mantener a sus hijos, necesita algo más que dádivas improvisadas.
Los gobiernos de turno siempre han actuado de forma tardía, reaccionando a los flashes e intermitentemente en las ayudas que le han dado a su lanzador más laureado, aún cuando él devuelve tamañas prestaciones. Esas migajas –cuando las hay– contrastan con los recientes fastos tiwanakotas del recorrido de la antorcha olímpica de los Juegos Odesur, que costaron 14 millones de bolivianos del erario público y con los 30.000 bolivianos invertidos en la vestimenta del Presidente para tal evento.
Llama la atención que tras haber comprometido inicialmente el Gobierno 500 millones de dólares –verdadero récord nacional– para un evento que ha traído inversiones en cemento a raudales, no haya dedicado un centavo para el capital humano.
El saldo de estos Juegos –sin ser exhaustivos– será de 14 edificios de 12 plantas que conforman la Villa Olímpica, cinco canchas de tenis y un complejo deportivo sin parangón en Bolivia ubicado en el Chapare, cinco pistas atléticas en Cochabamba, un picadero de equitación en Tarata, un patinódromo en Coña Coña, un velódromo que sustituye a uno previo en desuso, media docena de coliseos, la refacción del estadio departamental, dos piscinas y el cabreo monumental de centenas de atletas que han mostrado su malestar en prácticamente todos los medios de prensa bolivianos.
Son algunos de los resultados de la competición desmedida entre gobierno central y municipal por demostrar quién la tiene más larga –la carga presupuestaria–, pero que no han gastado ni un minuto en el eslabón más importante de la cadena: el deportista, aún cuando esté representado por el hombre más fuerte de Bolivia.
A pesar de todo, Aldo se abstrae, y hoy por la mañana levantará con sus brazos 220 kilos en press de banca y 370 kilos en media sentadilla –algo así como el peso de los seis marchadores que nos representaron esta semana. Si se cuelga otra medalla más, en pocas horas deberá volver a Santa Cruz para levantar sus consabidos bloques de hielo, y el peso de la indiferencia de unas autoridades ajenas a lo que significa ser deportista profesional y a un público que rara vez suele entender a fondo los pormenores de una actividad que no contemple pelota y arcos.
Es muy probable que Aldo se cuelgue una de las escasas medallas que Bolivia gane en la cita deportiva por naciones más importante de Sudamérica, demostrando que es uno de los grandes atletas sudamericanos de esta década. Y es probable que cuando eso suceda, los vecinos de su ciudad natal, Montero, no enloquezcan como lo hicieron hace poco a causa del debut en Copa Suramericana de su equipo de fútbol, Guabirá. También es probable que siga entrenando en el oscuro y raído gimnasio que él mismo ha improvisado en su pueblo natal, atado a las oxidadas pesas que sostiene con los músculos que envuelven sus vértebras cervicales.
Para Aldo, todo eso le será indiferente, y tras algún festejo familiar austero, presumiblemente volverá a su doble vida: la ley del hielo por el día, y la ley de la bala por la noche.