En un ambiente dominado por varones, Martha Marín entrena a atletas. Es la primera en Bolivia que logró clasificar, en 2016, a cinco marchistas para unos Juegos Olímpicos. Hoy, pese a estar enferma, sin seguro de salud ni posibilidades de jubilación, sigue en las pistas. Su meta es París 2024.
1.
El médico le dijo que viajar era peligroso. Poco antes, en un electrocardiograma se había confirmado que Martha Marín sufría de presión alta [tiene como una especie de moretones debajo de los ojos. “Me dejó algunas secuelas”, me dice]. El aumento progresivo de la presión de la sangre podría causar un estrechamiento de las arterias. O insuficiencia cardiaca. O un accidente cerebrovascular. Y también, tenía influenza. El médico le dijo que si se contagiaba de COVID-19 a sus 57 años, sería mortal. Estaba claro: era impensable viajar a Ecuador en mayo del 2021. Martha Marín, entrenadora del equipo boliviano de marcha, tenía que tomar una decisión [no está afiliada a ningún seguro de salud, a ningún tipo de seguridad social, ni tendrá pensión de jubilación como entrenadora. “Trabajo más de 10 horas al día, pero no tengo más opción”]. Los nueve atletas de marcha de la delegación boliviana buscarían puntaje en Ecuador para la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio, con o sin ella [“Mis atletas tienen que trabajar y estudiar y entrenar todos los días. Es difícil sacarse un tiempo, pero ellos hacen su mejor esfuerzo”, dice en una entrevista]. En pocos días se disputaría el Campeonato Panamericano de Marcha, que llevaría el nombre de Luis Chocho San Martín, en homenaje al entrenador del campeón olímpico ecuatoriano, Jefferson Pérez. El entrenador había fallecido a los 64 años por COVID-19 en febrero. Luego del Campeonato también moriría el entrenador mexicano, Alberto Cruz [“Cada muerte de entrenadores me afectó mucho”, me dice. “La Federación Atlética de Bolivia (FAB) quiso que viajara a cualquier precio”]. Los atletas bolivianos recorrerían el Parque Samanes de Guayaquil, frente a los márgenes del río Daule, donde aún, a pesar de la ciudad, se podía escuchar el sonido ronco de las garzas o de las biguás.
Martha empezó su carrera de atleta a los 14 años y se retiró a los 29 por una lesión, tras su paso por los Bolivarianos de 1993.
2.
[Recuerda, aunque al principio no quiere hacerlo. “Un periodista cambió el nombre de mi mamá cuando publicó una nota”]. Martha Jesús Marín Ibáñez nació en la provincia Omasuyos del departamento de La Paz, en Ancoraimes [en su pueblo natal, el presidente Mariano Melgarejo implementó una política de apropiación de tierras en 1866: “… las tierras poseídas por la raza indígena, conocidas hasta hoy bajo el nombre de tierras de comunidad, se declaran propiedad del Estado”. Los levantamientos indígenas de San Pedro, Huaicho, Ancoraimes, Jesús de Machaca, en contra de la expropiación de tierras dejaron más de 2 mil muertos]. Su padre, profesor rural del nivel inicial, falleció en marzo del 2005. Su madre, profesora rural de Técnica Vocacional, nació en Potosí [“Tengo a mi mamá que tiene 82 años”, me dice, “vivo con ella en Villa Armonía”]. Tiene seis hermanos, casi todos estudiaron en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Inició su carrera de atleta a los 14 años con su primer mentor, el profesor Walter Vargas. Empezó a competir en los 5 mil metros planos con el profesor Carlos Torres, en la categoría juvenil. Por esa época, es probable que Martha Marín sintiera los primeros síntomas de lo que sería su lesión: un breve pinchazo en las rodillas. En la categoría mayores, compitió en medias maratones y maratones para la selección de La Paz y para la selección de Bolivia hasta 1993. Ese año participó en los Juegos Bolivarianos que se realizaron en Cochabamba y Santa Cruz, poco antes de que iniciara la fiebre de las Eliminatorias para el Mundial 94. Terminó en cuarto lugar. Fue su última maratón antes de retirarse por una rotura de meniscos. Tenía 29 años. Es posible que para Martha Marín el recuerdo de su lesión fuera el estribillo de la canción de la Familia Valdivia “Bolivia gana y se va al Mundial/Bolivia gana y se va al Mundial”.
Es posible que pensara que el trabajo de funcionaria pública era lo más cercano a tocar fondo. Otros deportistas retirados vendían sus medallas para llegar a fin de mes.
3.
Jerzy Karol Hausleber Roszezewska buscaba minas antipersonales a sus nueve años, a las afueras de la ciudad de Gdansk, entre los escombros o las huellas en el lodo de los tanques de la Alemania nazi. La Wehrmacht había arrasado las ciudades polacas con el llamado Blitzkrieg o Guerra Relámpago. Hausleber, nacido en Vilna, había huido con sus padres a la ciudad portuaria de Gdansk. Cuando cumplió 14 años, se enlistó en el ejército polaco. Su hermano mayor, con quien practicaba la marcha atlética, había muerto dos años antes en las llanuras neblinosas de Kutno, luego de que los alemanes asediaran la Fortaleza de Brest Litovsk. Hausleber fue un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. Participó en lo que se llamó el alzamiento de Varsovia, en donde murieron 100 mil civiles [poco antes del alzamiento, el comandante en jefe de las SS, Henrich Himmler, había dicho por la emisora regional, Großdeutscher Rundfunk: “Hay que matar a todos y a cada uno de sus habitantes, niños y mujeres incluidos. Está prohibido tomar prisioneros. Varsovia debe quedar arrasada y, de este modo, se convertirá en un ejemplo disuasorio para toda Europa”]. Hausleber terminó sus estudios escolares cuando regresó a Gdansk, para olvidar los horrores de la guerra o la pesadilla que fue la guerra. Luego se matriculó en la Escuela Politechnika Gdanska. Se tituló como ingeniero constructor de barcos, pero ejerció esa profesión hasta que decidió dejarlo todo por la marcha atlética. Fue campeón nacional en 1954, en la prueba de los 10 kilómetros, en 1955 en 10 kilómetros y 50 kilómetros, y en 1959 en 20 kilómetros. Llegó a México en 1966 como entrenador de intercambio con otros jóvenes entrenadores polacos para preparar a un grupo de atletas marchistas mexicanos. Lo demás se convirtió en mito o leyenda o conversación en los bares del Distrito Federal. El equipo de marcha atlética mexicano ganó nueve medallas olímpicas bajo el mando de Hausleber: tres de oro, cuatro de plata y dos de bronce. En total, 118 medallas en competencias internacionales. “¡Vamos, mi sargento”!, dijo a José Pedraza, en un español con acento polaco, antes de que Pedraza, alias El Sargento, se convirtiera en el primer atleta olímpico mexicano en marcha en conseguir la medalla de plata. Llegó a Bolivia en 1992 para entrenar a sus atletas mexicanos a orillas del Lago Titicaca [este entrenamiento a 4 mil metros de altura hacía que los atletas mexicanos llegaran a las competencias con una mayor oxigenación en la sangre]. En ese entonces, ya era conocido como el Padre de la Marcha. “La marcha necesita de disciplina”, dijo en una de sus últimas entrevistas. “Necesita de un método que lo iguale al arte”. Hausleber se convertiría en el mentor de Martha Marín luego de un curso promovido por el Comité Olímpico Boliviano (COB).
Martha se dedicó a la marcha por salud y, sin pensarlo, comenzó a entrenar a jóvenes. Es la entrenadora que ha clasificado a más atletas a competencias de alto nivel.
4.
Tras su lesión, Martha Marín empezó a practicar la marcha por consejo de su médico. [“No tenía los recursos para volver a correr”, me dice. “Tenía que estudiar y trabajar”]. Retomó los estudios de Trabajo Social en la UMSA por las noches [“Estudia”, le decían sus familiares. “El deporte no te dará nada”], mientras trabajaba como secretaria en el Ministerio de Interior, en horarios de oficina, que se extendían más allá de las ocho horas. Luego fue trasladada al Instituto Nacional de Reforma Agraria. Es posible que Martha Marín pensara que el trabajo de funcionaria pública era lo más cercano a tocar fondo. Otros deportistas retirados vendían sus medallas para llegar a fin de mes. También estaban los que conseguían algún cargo en federaciones de deportistas [“La mayoría de los cargos son ocupados por hombres”, me dice una exatleta de maratón]. Fueron tres años grises hasta que la invitaron a trabajar como maestra interina de Educación Física en la Unidad La Paz, de El Alto. Pero fue en el colegio San Jorge 1 donde inició su carrera de entrenadora [“Trabajé durante ocho años, con la directora, Edith Aracena. Es ahí que empiezo a llevar a mis chicos al estadio”]. Martha Marín practicaba la marcha cuando terminaba cada entrenamiento. Algunas niñas la seguían por detrás. “Profe, ¿qué está haciendo?”, preguntaban. “Profe, ¿nos enseña?”. [“La profesora tiene su carácter, me dice uno de sus ex pupilos, desvía la mirada. “Es muy fregada”, me dice otra ex pupila]. Entonces se presentó una competencia para la categoría infantil e inscribió a sus niñas. Luego representaron a la ciudad de La Paz en una competencia nacional [“Me dijeron que era selectivo para un Sudamericano en Bogotá”]. Las entrenó en vacaciones de verano. [“La FAB ni ninguna de las federaciones nacionales tienen las condiciones de pagar a entrenadores”, me dice Marco Luque, presidente de la FAB. “Ella tuvo que trabajar en varios colegios gran parte de su vida”]. Con esa mayor responsabilidad, leyó la “Teoría del entrenamiento deportivo”, de Dietrich Harre. [“La profesora Martha es de las pocas que se capacita constantemente”, me dice Marco Luque. “Es la entrenadora que ha clasificado a más atletas a competencias de alto nivel”]. Dos de sus niñas clasificaron al Sudamericano de Bogotá [“Era una responsabilidad mayor”, me dice. “Pedí ayuda a la FAB para asistir a un curso de entrenadores en Nivel Uno”]. En el Sudamericano conoció a Jefferson Pérez. También conoció al entrenador, Luis Chocho. Es probable que hablaran sobre el significado de la marcha atlética. O sobre el valor o la lucidez. O el miedo, que es el combustible del éxito. El siguiente año, una de sus niñas fue a un Sudamericano Juvenil de Marcha en Argentina. [“En esa competencia, Paolita Cuenca, hizo la marca mínima para ir al Mundial de menores, en Rusia”]. La COB le dio la oportunidad de asistir al Curso Nivel Uno para entrenadores de marcha en Sudamérica, que se realizó en Ecuador [“El profesor Hausleber dio ese curso”]. Martha Marín fue la única entrenadora mujer que asistió. “Soy entrenadora de Bolivia”, dijo. “Vengo por primera vez a un curso de marcha”. El profesor Hausleber, canoso, su rostro lleno de manchas de la vejez, retrocedió con sorpresa. “Yo esperaba un varón”, le dijo. “Amo tu país”, le dijo [“Mujeres entrenadoras existen algunas”, me dice Marco Luque]. Durante su estancia, ella estudió la fisiología de la marcha. La biomecánica de la marcha. La técnica, que es el otro rostro de la disciplina [“La marcha es un arte”, me dice, “y el arte se trabaja con constancia”]. Los buenos resultados continuaron de regreso a Bolivia. Pero hubo dificultades [“Fue una batalla campal desde un inicio. Fue difícil luchar contra el machismo”]. Un periodista se mofó de ella. “Esta señora cree que va a lograr llegar a unos Juegos Olímpicos”, le dijo [fue la primera entrenadora boliviana que hizo clasificar a cinco atletas de marcha a los Juegos Olímpicos de Río 2016. “Por mérito propio. Jamás llevé a alguno de mis atletas por invitación”]. Muchos entrenadores la envidiaron. [“En las reuniones había peleas para nominar a un equipo de atletas que viaje al exterior. Me gritaban e insultaban”]. “¿Otra vez quieres viajar?”, decían. “¿Quién te has creído?”, decían. “No te golpeamos porque eres mujer”, decían. Martha se quiebra, me dice varias cosas más que le hicieron, pero luego me pide que no lo mencione.
“Soy entrenadora de Bolivia”, dijo. “Vengo por primera vez a un curso de marcha”. El profesor retrocedió con sorpresa. “Yo esperaba un varón”, le dijo.
5.
La FAB había comprado el pasaje de avión para que Martha Marín viajara a Ecuador. [“Me pidieron que envíe un certificado médico como si no me creyeran. No tuvieron consideración”]. Entel fue el patrocinador habitual que trabajó con Martha Marín, cuando Mario Fumi era presidente ejecutivo. [“Era un italiano que amaba el atletismo”, me dice. “El apoyo era en becas de estudios o en suplementos que necesitaban mis muchachos”]. En muchas ocasiones, tuvo que viajar por tierra, hacer varios trasbordos para cruzar las fronteras bolivianas [“Lo hacía para que pudiera llevar a un atleta más”]. Antes del Sudamericano de Marcha en Lima de 2020, se quedó en la zona de embarque por un problema en la reserva de su pasaje, con las maletas en las manos. La COB pudo arreglar el problema a mediodía para que pudiera viajar. Pero esta vez, para Ecuador, la situación era diferente. El médico le había advertido de que corría el riesgo de contagiar con influenza a todo su equipo. Es posible que recordara los viajes de entrenamiento con sus atletas por los caminos de cascajo del Chacaltaya o la carretera extensa de Pucarani hasta Huarina. Quizá pensó en la velocidad de vértigo de la marcha atlética, iguales o superiores a los 15 kilómetros por hora. O tal vez en el gasto promedio de cada uno de sus atletas: 1.200 dólares mensuales [“Ellos deben pagar su alimentación, suplementos, vitaminas, energizantes e hidratación, gimnasio, transporte, entre otros detalles”, dice en una entrevista]. Es posible que recordara el calor que reverberaba en el asfalto o el ruido blanco del frío. O las 38 medallas que obtuvo a nivel sudamericano. Y también, es probable que pensara en quién cuidaría a su madre. O en su salud quebradiza. Entonces comunicó a sus atletas que se quedaría en Bolivia. De los nueve atletas que viajaron a Ecuador, dos de ellos se alejarían [“Me dijeron que era por estudio o por trabajo, pero la verdadera razón fue que no viajé con ellos”]. Martha Marín continuaría entrenando a un equipo reducido de atletas. Ángela Castro, poseedora del récord nacional boliviano en marcha femenina, se quedaría con ella. Poco después, clasificaría a los Juegos Olímpicos de Tokio. El regreso desde Tokio a Bolivia sería difícil, 36 horas de vuelo con escala en Estambul al amanecer. Más tarde, de Brasil a La Paz. El día de su llegada, la FAB le comunicaría que tendría que viajar con sus atletas a un campeonato que se celebraría en Kenia [“Cambié apenas de maleta”, me dice. “Tuve que volver a viajar al día siguiente”]. Luego, estaría otra vez en La Paz, con una sensación de que su cabeza quería estallar por la presión alta. El médico le diría que su cuerpo estaba por colapsar. Pero Martha Marín decidiría correr el riesgo. De espaldas a mí, cansada, su sombra alargada sobre la pista atlética, regresaría a los entrenamientos para intentar clasificar a un nuevo equipo de marcha boliviana a los Juegos Olímpicos de París 2024.
Este texto es parte del proyecto “Trabajo empleo, chamba, Trayectorias laborales en Bolivia”, elaborado por Rascacielos junto al Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario CEDLA con el apoyo de la Embajada de Suecia en Bolivia.