Lucía Camerati
¿Una poetita puede tomar té con Dios? Puede, así como pensar en las mujeres desaparecidas. Y preguntarse como otras: ¿A quién le pertenece un verso escrito en la barra de un bar? Esta ópera para Matilde Casazola es para verla, claro, pero también para leerla cuando la noche luzca ojeras.
Fotografía de portada Matilde Casazola y Magela Baudoin en la platea del teatro Gran Mariscal /
Miguel Ortiz Calizaya, Festival Internacional Música para Respirar
Esta mujer tuvo y tiene su arrastre y han sido siempre las señoras, las de pelo corto, pantalón de tela y zapato plano. Así lo noté la primera vez que pude escuchar a Matilde Casazola y su guitarra en un museo. Cual club de fans, las señoras al lado de la poeta. Clarito la euforia era distinta, era como acudir a tu propia biografía, a la voz que te representa, a tu soledad, al resumen ejecutivo de tu historia espinosa. A esa serenidad que te da después de haber cruzado el mar, después de haber tomado el té, después de haber amado tanto y fracasado, después de haber estado detrás de la niebla.
Es que cuando se pronuncia su nombre, nuestra asistencia es automática, es masiva, es ley y asistimos locamente, también en muchedumbre, acompañadas de otras mujeres solas, que alguna vez tuvieron plantas en sus patios. Y no es casual, nada casual que con ella siempre regresamos, no sólo a nuestras patrias, sino también al milagro de la hierba.
Aparece la Matilde y el alboroto lo hacemos nosotras, las chicas, las doñitas, las poetitas. Cómo siempre nos habrá cautivado que allí estamos presentes, no importa dónde, ni en qué formato, ni en qué ciudad.
De manera personal la he recorrido desde niña en los casettes de la Jenny Cárdenas, en los conciertos de la Emma Junaro y el disco que hizo con Fernando Cabrera; en ese libro azul de su poesía completa que sus lectores más profundos guardan en sus bibliotecas, en sus propios conciertos y lecturas en el YouTube, en las entrevistas del Correo del Sur, en el disco que le hicieron Oscar García, Tere Morales y Gabo Guzmán; en esa cueca que escogieron los Entre 2 Aguas, en los estudios y canciones que le compuso el Willy Claure, en las guitarreadas chuquisaqueñas, en la trova paceña, en las lecturas Internacionales que le propició el poeta Gabriel Chávez, en los comentarios de Andrés Eichmann, en los libros que publica ahora la editorial 3600, en la voz y guitarra de la Dagmar Dumchen, en ese Tanto te amé del Luis Rico, en Octavia y el color con que la cantan, en las manos clásicas de Marcos Puña, en las guitarras y voces roncas de los Mellizos González, en el concierto Nosotras somos Matilde Casazola convocado por la Sibah, y, hace una semana, en la ópera Matilde: En las ojeras de la noche, escrita y hecha en muchedumbre con Magela Baudoin y Cergio Prudencio en la batuta literaria y musical. Es contundente, artistas, señoras y señores, asistimos en masa a ese andamio, a ese tejido, a esa mujer sola que nos ha regalado el mundo.
Por eso este libreto y ópera sobre Matilde no sólo son para suspirar, sino también para subrayar, para volver a leer en la noche, para repetir en voz baja, para asistir en esa muchedumbre solitaria que es la lectura…
¿Qué dirá el monolito de piedra de nuestro amor por esta poeta? Se debe reír, nos mirará con pena, se sentirá orgulloso. ¡Qué dirá todas las tardes de este amor profundo!
La cosa es que hubo una larga fila para entrar a vivir la ópera en el Gran Mariscal de Sucre. Y muchas sin saber muy bien las partes y estructuras de una ópera nos sometimos a las palabras y a la voz de Paola Alcócer. A mí no me gustan las sopranos, me estresan los registros agudos, debo confesar; pero esta mezzosoprano me jaló nomás al abismo y a la actitud con la que debería escuchar toda la obra. Representando a Mati, único personaje en la ópera de cámara, esta mujer nos llevó al territorio llano de la poesía y no sólo evocando a nuestra Matilde, allí también estábamos escuchando a las seis escritoras de la ópera, a Magela Baudoin y sus maneras actuales de entender a nuestra poeta, estaba la presencia feminista radical de Ros Amils poeta y Denisse Arancibia cineasta y dramaturga, estaba el sello poético de la Paola Senseve, y los sentires de Alba Balderrama y Adriana Lea Plaza. Algunos de esos momentos me imaginaba cómo estas escritoras se sentaron a tejer el libreto, esto fija lo ha debido sugerir la Denisse, me decía, esto parece muy Magela, capaz ese párrafo es de la Ros. Y entraba en crisis porque quería anotarme mil frases, quería retroceder cual cassette para anotar lyrics, después me acordaba que había libro y se me pasaba y volvía a la tormenta y ese juego de rumiar palabras, porque básicamente lo entendí como un manifiesto intenso de la escritura, de la angustia que te provoca trabajar en poesía. Quería correr a comprar el libreto que fue vendido en la puerta del teatro; mi alma me pedía subtítulos como los que hacen en las obras en otro idioma. Quería no sólo quedarme fascinada por la música, quería seguir con mi lectura cual esa hojita que te entregan en las misas. Y es así que entendí que esta ópera, no sólo era para escucharla o verla, sino también para leerla, quizás incluso es también para cantarla a nuestra manera, en nuestros adentros. Por supuesto no vamos a hacer una guitarreada con esta obra, pero hay cosas intensas como la misma poesía de Matilde, también presente en la ópera, que podríamos repetir como una cueca.
Mucho se dice que se desconoce el trabajo poético de Casazola. Que la conocemos más por su trabajo musical, ¡quién no sabe de El Regreso! Es cierto, sabemos más cantar que decir “ese poema y este poema me quiebran”. Y es muy posible que muchos esperaran un aire de cueca en esta ópera, pero no, y esa decisión musical de no hacer referencias a la música matildiana fue tan atinado que nos puso de frente nomás y nos interpeló directamente con el pensamiento poético de Matilde y con esa construcción que hoy en día hacen las escritoras sobre ella, mujeres de jean, feministas, jóvenes, madres, lesbianas, bastardas, rebeldes o aprendices de ópera.
Por eso este libreto y ópera sobre Matilde no sólo son para suspirar, sino también para subrayar, para volver a leer en la noche, para repetir en voz baja, para asistir en esa muchedumbre solitaria que es la lectura, para preguntarte en las tormentas: ¿A quién le pertenece un verso escrito en la barra de un bar?, para entrar directamente en un poema, para que nadie te lea, para escribir sin ver, para también recordarnos que las que escribimos somos poetitas y hojas que tiemblan, para tomar tecito con tu Dios y preguntarle si toma con mucha azúcar, para desvelarse en el insomnio pensando en las desaparecidas, para seguir escribiendo ferozmente al día siguiente, envuelta en un poncho, con ojeras, con esa resaca que te deja sólo el acto de escribir.