Ópera Pop

Mabel Franco Ortega

¿Se ha detenido usted a mirar una hojita? Ramiro F. Prudencio lo hace y dice haber descubierto, ojo de cirujano el suyo, verdaderas revelaciones. Cincuenta retratos pintados con lápices de colores forman parte del libro “Una hoja, una vida” que se publicará en Bolivia con el sello de Plural Editores.

Alcachofa / Ramiro Prudencio

Los cosmólogos dicen que si de imaginar la forma que tiene el universo se trata, hay tres posibilidades y una de ellas es la de una hoja de papel. Ramiro F. Prudencio va más allá: “El universo es una hoja”, afirma, sólo que la de una planta.

Elijo no dudar de la palabra de un cirujano que se ha dedicado a ver el detalle de la anatomía y la fisiología del cuerpo humano, y que una vez jubilado, cuando buscaba una actividad que le devolviera propósito a sus días, puso a trasluz una hoja de jardín y descubrió un arcoiris o, mejor, un algo que quiso atrapar para que otros lo vean también. Porque esos otros, muchos de nosotros, no vemos, apenas miramos, sostiene el médico artista.

Quizás la capacidad de observar nazca del único ojo que un accidente le dejó a sus cinco años de edad. Algo que pudo ser una limitación motivó una actitud de vida que Ramiro F. Prudencio llama metáfora guía: “Lo que se me privó de mirar fuera me sirve para mirar dentro”. En otras palabras, las del poeta persa Rumi que cita ahora: “La herida es por donde entra la luz en ti”.

Así debe ser, a juzgar por la determinación con que avanzó en el campo de la medicina y en una especialidad que demanda fina coordinación entre ojo y mano. Prudencio fue cirujano urólogo en Estados Unidos, a donde migró para especializarse y donde se quedó ejerciendo su profesión.

Con 60 años de edad, hace más de 30 ya, “terminó mi vida de cirujano”. Con mucho tiempo libre viajó, jugó tenis, pero eran pasatiempos que no le bastaban, “necesitaba un propósito”. En tales circunstancias tomó unos lápices de colores y pintó como cuando era niño. Decidió tomar clases de pintura que se dictaban cerca de su casa en Chicago, en el jardín botánico, y pronto se encontró con una disyuntiva: dedicarse al arte o a estudiar la naturaleza.

Una hoja es un tejido viviente. Cuanto más se acerca uno al detalle, mayor profundidad alcanza para comprender esa vida. 

¿Por qué no a ambos? El Ikebana le ayudó a elegir el camino gracias a lo que le había enseñado  la maestra Seiko Nakashima sobre los misterios de ese antiguo arte japonés que rinde tributo a la naturaleza. Ella misma, la mujer cuyo nombre quiere decir “exactitud”, le hizo una revelación: que “la rigurosidad en la construcción es la que te dará la libertad en la forma”. 

Retratos y más revelaciones

Un retrato es la lectura subjetiva de un sujeto al que el retratista debe conocer más allá de la apariencia. Justo lo que busca Prudencio con sus lápices de colores, sólo que a su sujeto le llamaríamos objeto, superficiales y ciegos como nos ponemos a veces.

Los lápices del artista trazan efectivamente retratos de hojas, 50 de los cuales están recogidos en un libro que ha titulado Una hoja, una vida, obra que con el sello boliviano de Plural Editores será presentado públicamente este fin de mes.

Desde una alcachofa hasta un oxicanto, las retratadas revelan “un estado de ánimo conciencial más que sólo una imagen”, dice el artista que en el proceso de pintar ha recibido revelaciones que desea compartir.

Revelación 1    

“Una hoja es un tejido viviente. Cuanto más se acerca uno al detalle, mayor profundidad alcanza para comprender esa vida. Justo como el diálogo que sostenía con mis pacientes: cuanto más me interiorizaba en el ser humano, cuanto más me entregaba, más recibía”. 

Revelación 2

Una hoja tiene una vida temporal, ciertamente, pero permite que ésta siga alentando a través del árbol del que forma parte.  La hoja me susurró en lenguaje botánico el misterio de la evolución. Me dijo: tú y yo estamos en etapas semejantes, camino al ocaso.

Como parte del metabolismo de la hoja, ésta vuelve al suelo y lo mejora. Las hojas son cultivadoras natas. Salir del quirófano fue difícil para mí. Además, se asocia jubilación con retiro, con dejar de crear, con descansar. ¿Por qué no aprender de la hoja y tomar la jubilación en su verdadero sentido de celebración? Que la vida no se acaba, se recrea.

Yo digo que soy un joven de 85 años. Trabajo desde las 4.00 a las 17.00. Solemos decirnos que cuesta hacer y recibimos  mensajes negativos al respecto. Creo que si hay algo que se debe desterrar de la vida es la palabra PERO. “Yo quiero pintar, pero…”. Hay que desterrarla”.

Revelación 3

“La planta produce su propio alimento por medio de la fotosíntesis, proceso que hace más de dos millones de años permitió que la vida comenzase. Y la fotosíntesis es un proceso ordinario. Puedo explicar mi vida con esto: se puede alcanzar lo extraordinario por un medio ordinario. A mí me escogieron en Estados Unidos pese a que provenía de una universidad que, hay que admitirlo, no es de las mejores. Yo no tenía credenciales como los de Harvard, por ejemplo. Así, pues, no es importante de dónde se viene, sino lo que se puede aportar con creatividad; no es dónde se nace sino lo que se hace.

La hoja es un laboratorio formidable. El panel más eficiente, barato y humilde. Convierte el gas tóxico en oxígeno sano, el calor en humedad. Sin la hoja no respiramos. Lo último que vamos a hacer es dejar de respirar. Al lado de la hoja la vida está protegida”.    

El llamado

Para que veamos todo lo que se está destruyendo con los atentados contra el medio ambiente, para que nos demos tiempo para mirar y ver todo lo que representa una hojita, es que Ramiro F. Prudencio entrega el libro en el que han colaborado Claudia Adriázola Arce, , y Roberto Ruiz Gumiel. Un libro que se abre con un Prudencio poeta, porque la palabra también es un terreno que el médico jubilado que odia los peros está cultivando, convencido de que “lo que yo estoy buscando, el Universo lo está buscando; es que uno es el universo”, como la hojita.

Imagen cortesía de N/A

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