Trató de morir en la calle Illampu en medio de los bloqueos. Su esposo está enfermo y ella iba de visita. Cada quien libra sus propias batallas
El minibusero frenó en seco y luego dijo: “No quiero que me rompan el parabrisas”.
Eran las 7:30, de camino al trabajo: salí del minibús y a unos metros había una barricada hecha de turriles y llantas y odio. Un grupo de hombres se reunía a un costado: llevaban cascos de motoqueros, de obreros, y cubre bocas para no ser identificados. Los oí reír por un chiste que contó el más gordo y luego hizo explotar un petardo; el otro gritó: “Indios de mierda, aquí nadie los respeta”.
Cerca de la cancha, una anciana me preguntó si había otra pasarela para cruzar a la avenida principal. “Quiero llegar a la 12 de Calacoto, pero no conozco”. Vestía una chamarra más grande que ella y unos tenis empolvados; llevaba una bolsa de compras y tenía el cabello gris: el rostro arrugado y montón de manchas en las mejillas. Le dije que la podía acompañar un tramo y luego indicar por dónde se llegaba mejor a la calle 12. Tras caminar una cuadra la ayudé con la bolsa (pesaba al menos 10 kilos). Dijo: “gracias” y luego de un rato, sin venir a cuento, dijo: mi esposo tiene Alzheimer y se está muriendo”. ¿Cómo consuelas la cercanía de la muerte? La miré en silencio, escuchando. “Mi esposo tiene 75 años y le salieron escaras en la espalda y está puro hueso. En el geriátrico lo ayudan como pueden, pero con estos bloqueos no lo pude visitar una semana y ahora está puro hueso. Eso me dijo la enfermera. Estoy orando para que Dios se lo lleve pronto y ya no sufra más, pero Dios hace las cosas a su manera. Gane quien gane no solucionará la vida de mi esposo, y me quedan dos bolivianos para el regreso”. ¿La lucha es por la democracia?
“Tengo una hija, podría haber tenido dos o tres, pero sólo tengo una hija y no basta. Cuando llegas a la vejez necesitas apoyo y consuelo, y mi hija tiene sus propios problemas, perdió el trabajo y debe cuidar a mis nietas, por ellas vivo y yo también estoy enferma y debo caminar hasta la calle 12 para esperar a que mi esposo muera”. Se frotó los ojos y me preguntó en qué trabajaba. Le dije: “soy maestro”, y le dije: “o trato de serlo”.
Sol fuerte y cielo despejado: otra detonación de un petardo. “Mi esposo se muere y yo vivo por mis nietas”, dijo. “Traté de morir en la calle Illampu. Me acerqué a un grupo que bloqueaba una calle y les dije que no me representaban y les grité que no soy masista ni mesista. Me dijeron que estaba buscando la muerte y les dije que no tenía miedo, y uno de ellos se alejó y los otros hicieron lo mismo. Los que bloquean son cobardes y no piensan”.
Llegamos hasta una intersección y dije: “hasta aquí”, y quise decirle que la lucha de esos hombres no es nuestra lucha o, al menos, consolarla, pero la anciana se adelantó: me abrazó y dijo “gracias”, y su voz se perdió por el sonido de otra detonación.